Los colores de la Mariposa
Autora: Corazón de Fuego
Había una vez, en un reino muy lejano, una pequeña niña. Su nombre era hermoso, y su significado: pureza. Pero lo más especial en ella no era solo su nombre, sino algo que nadie más poseía en aquel lugar: unas mariposas coloridas y hermosas que la seguían desde el día de su nacimiento.

Esas mariposas crecían con ella, multiplicándose mientras pasaban los años, siempre llenas de colores, luz y maravilla. Sin embargo, su pueblito no era tan alegre ni tan brillante como ella. Ni siquiera su familia compartía aquel brillo. Ella era como un pequeño punto de luz en medio de un mundo de grises y sombras. Como era distinta, llegaron las críticas, las palabras, los juicios y, por supuesto, el rechazo.

Todos hablaban de sus mariposas como si fueran una rareza molesta. La niña fue creciendo, y con el tiempo se convirtió en una adolescente hermosa… pero herida. Las palabras le habían hecho daño, profundo como raíces oscuras que nacen en el alma. Como un efecto dominó, esa herida fue provocando muchas otras.

La joven empezó a buscar amigos para no sentirse sola, pero cada vez que lo intentaba, sus mariposas la seguían… y para los demás, esas mariposas eran una incomodidad. Nadie entendía que eran parte de ella.

Ella era como un pequeño punto de luz
en medio de un mundo de grises y sombras.

Un día como muchos otros, lluvioso y gris, la joven se encerró en su habitación. Aquel cuarto alguna vez lleno de vida se había tornado oscuro, cargado de miedos, ansiedad y silencio. Empezó a llorar, susurrando sus pensamientos más tristes: ¿Cómo puedo hacer que me amen? ¿Cómo hago para que dejen de criticarme?

Fue entonces cuando notó a las mariposas: aún danzaban a su alrededor, acariciándola con sus alas, trayendo luz y belleza al rincón más sombrío. Entonces se le ocurrió una idea. Sacó un frasco de una vieja caja y comenzó a atraparlas… una por una. A medida que encerraba las mariposas, la habitación se tornaba más oscura, más fría.

Al cabo de unos minutos, todas estaban dentro del frasco. El color desapareció y su brillo también. A pesar de culpar a sus mariposas colgó el frasco en su vestido. Lo llevaba siempre con ella, como si fuera una parte de su identidad que no podía soltar.

Con el tiempo, siguió buscando el amor de los demás, pero por dentro se marchitaba lentamente. Un día, fue a un café con sus supuestos amigos. Allí, entre la gente sin color de aquella ciudad gris, vio a alguien diferente. Un hombre con luz. Con colores.

—¿Lo ven? —les preguntó a sus amigos. —¿A quién? —respondieron ellos.

Fue entonces cuando entendió: ella era la única que podía verlo. Entonces, el hombre se acercó y le dijo:—Eres una buena chica… pero te falta una cosa. Se sentó a su lado y con una sonrisa repitió: —Les falta una cosa… El Gran Rey.

Aquellas palabras despertaron algo en su memoria. Recordó los cuentos que hablaban del Gran Rey, pero no eran cuentos buenos. Le habían dicho que Él era cruel, que no amaba.

—No, gracias —respondió ella, alejándose—. No soy religiosa.

El hombre le sonrió con calma. —No te hablo de religión, sino del Gran Rey, de su Hijo y del Reino.

Poco a poco, mientras él hablaba, los ojos de la joven empezaron a brillar… y, sin que lo notara, las mariposas en su frasco comenzaron a iluminarse.

Eres una buena chica, pero te falta una cosa.…
El Gran Rey

Desde entonces, lo visitaba. Lo llamaba “Maestro”, y cada día aprendía más. Sus colores empezaron a volver, pero aún no liberaba a sus mariposas. Seguían allí, en su frasco, por si acaso. Con el tiempo, se mudó a otra ciudad… y allí llegó una tormenta que casi la ahogó. Dudas, mentiras, palabras seductoras… todo la fue alejando del Gran Rey.


Volvió a perder su color. Volvió a la oscuridad. Se adaptó a las opiniones de otros hasta olvidar quién era. Se disfrazó de lo que no era. Y sin embargo, aún en su vacío, tenía una habilidad especial: sabía cómo amar a los rechazados. Sabía unir a los olvidados y brindarles ternura. Aun sin colores, seguía dando algo de luz. Hasta que un día, un destello de luz brilló en su ventana. El Gran Rey le había preparado un camino que ni ella misma imaginaba.


Esta vez se encontró con alguien diferente… un joven que caminaba en su mismo campo de soledad. Juntos un día, ellos fueron invitados a una fiesta. Allí conocieron a una familia: un Rey, una Reina y sus hijos. Ese encuentro fue un rayo de esperanza y el comienzo del camino de regreso a casa porque, tiempo después, el Gran Rey le revelaría algo extraordinario: ellos eran sus padres.


Al principio le costó creerlo. Pero cuanto más tiempo pasaban juntos, más crecía en comprensión, en carácter y en identidad. Y sus colores regresaban.
Aceptó su adopción. Se volvió su hija, hija del Rey y la Reina, pero había algo que aún le faltaba.

Aún en su vacío, tenía una habilidad especial:
sabía cómo amar a los rechazados.

Una tarde, subió a una colina. Una luz suave la alcanzó… y entonces lo notó: el frasco aún colgaba de su vestido. Con lágrimas en los ojos, cortó el lazo. Tomó el frasco… y lo abrió. Las mariposas salieron volando en un estallido de luz. Tantas… que parecían estrellas. Revoloteaban a su alrededor como danzando de alegría.

De pronto su vestido se transformó en azul celeste, y todas las mariposas lo cubrieron hasta volverse uno con él. Entonces descubrió que en su cabeza hacía algún tiempo que portaba una corona y comprendió. Volvió al castillo sonriendo y allí, junto a su esposo, vivió como una verdadera princesa.

Si, quien antes era el joven solitario se había casado con ella. Él la amaba de verdad y el rey y la reina lo habían ayudado a mostrar su amor. El Gran Rey los había elegido a ambos para caminar juntos. Y dondequiera que iban, llevaban vida y color. No eran perfectos, pero los unía algo más grande: el Gran Rey.

Y así termina la historia de aquella joven que fue huérfana y sin color… que ahora es Princesa e hija de Reyes y Sacerdotes. Ella camina llena de verdad, de mariposas... y de fuego.
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Tilda