Hace mucho tiempo, nació una pequeña guerrera llamada Astrid. Le pusieron ese nombre porque era hija espiritual de una reina llamada Esther. El Gran Rey la creó con un propósito poderoso: ser una guerrera valiente y una reina que gobernara con amor. Pero como siempre el príncipe de la oscuridad no estaba feliz con esto. También a ella le susurró mentiras sobre su familia… y la alejó de quienes más la amaban.
Un día, Astrid se escapó del palacio. Se fue a un bosque lejano, decidida a no regresar jamás. Pero el Rey no la abandonó. La acompañó hasta lo más profundo del bosque, dejándole pistas silenciosas… de que nunca había dejado de estar con ella. La pequeña caminaba entre los árboles y se hacía heridas constantemente. Al ver cuánto necesitaba ayuda el Rey le envió a una princesa para hacerla despertar de la mentira que la había hecho huir.
Astrid, al verla, sorprendida le preguntó: —¿Quién eres? ¿Y por qué estas aquí?
La princesa le sonrió y le dijo: —Este ya no es tu lugar. El Gran Rey, que es tu Padre y el mío, me envió a buscarte.
Astrid, con lágrimas en los ojos, le suplicó: —Cuéntame qué ha pasado en mi casa. Extraño a mi mamá, a mi familia y al Gran Rey… ya no quiero estar sola.
—Para eso estoy aquí —le respondió la princesa—. Solo sigue la luz. Esa luz te llevará al castillo donde naciste.
Se fue a un bosque lejano, decidida a no regresar jamás. Pero el Rey no la abandonó
Y por cierto… ya no jugarás nunca más sola. Tienes un pequeño hermanito llamado Aarón. Él también te espera.- Continuó la princesa.
—Gracias —dijo Astrid—. Volveré a casa. ¿Y tú?
—El Rey me guiará de vuelta al mío —respondió la princesa, mientras montaba su caballo y se alejaba sonriendo.
Astrid miró a ambos lados… y entonces vio una luz brillante. Se acercó a ella y descubrió maravillada que era una estrella. La tomó con fuerza… y la estrella la guio. Pasó por bosques, campos, mares… incluso ciudades. Hasta que un día, vio a la princesa otra vez sobre su caballo blanco. La princesa le señaló hacia la derecha y le dijo:
—Aquí está tu hogar.
La niña levantó la vista y vio un castillo en cuya puerta la estaba esperando el Gran Rey. Su madre y la reina Esther, estaban junto al Rey de la Llave que es el esposo de Esther. todos le extendían las manos a la pequeña. Cerca de ellos los príncipes Josué, Abigail, Daniel y Débora acompañaban al pequeño Aarón.
Muchos reyes y reinas estaban esperando el regreso de Astrid. Ella, al verlos, corrió a abrazarlos. Entonces el Gran Rey le dijo con ternura:
—Nunca pierdas mi estrella. Eres muy valiosa para este reino. Te amo, mi pequeña estrellita.
—Yo también los amo —respondió Astrid—. Perdón por irme.
Desde ese día, la pequeña princesa aprendió a ser una reina valiente. Luchaba por la verdad con amor. Defendía con firmeza… pero con ternura. Y su historia, escrita con luz… jamás tendrá fin.
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