El Jardín interior
Autora: Corazón de Fuego
En un tranquilo pueblo, rodeado de campos verdes y flores que pintaban el paisaje con la luz del sol, vivía una joven llamada Asterin. Su cabello rubio brillaba como las estrellas, y sus ojos azules reflejaban el cielo. Siempre traía alegría a quienes la rodeaban. Pero, aunque por fuera todo parecía estar bien, su corazón guardaba muchas heridas.

Desde los nueve años, un miedo profundo la acompañaba. Su madre había enfermado de cáncer, y su padre, que trabajaba en el extranjero, rara vez estaba presente. En medio de ese vacío, apareció su abuela. Ella le enseñó sobre las flores, los árboles, y le contaba historias fascinantes. Juntas pasaban horas recogiendo moras, caminando por los campos, hablando sobre las estrellas y compartiendo anécdotas que parecían sacadas de un libro de fantasía.

Pero un día, la tragedia llegó: su madre falleció cuando Asterin cumplió catorce años. Con el corazón roto, se mudó con su tía a una ciudad lejana. Todo era nuevo, extraño, y profundamente solitario. Intentó encajar cambiando su esencia para ser aceptada, pero el rechazo y la soledad la envolvieron de nuevo.

Aunque por fuera todo parecía estar bien, su corazón guardaba muchas heridas.

Su autoestima se desmoronó. Cuando se miraba al espejo, solo veía fragmentos rotos de la niña que alguna vez fue feliz. Un día, tras una decepción amorosa, golpeó el espejo con tanta fuerza que lo rompió. Al ver la sangre en su mano vendada, comprendió que el dolor que sentía era más interno que físico. Salió al parque a respirar.

La brisa acariciaba su rostro, y mientras se sentaba en una banca, vio una flor a su lado. La tomó y, con lágrimas, comenzó a arrancarle los pétalos.

—¿Alguien me amará tal como soy? —susurró.

Entonces, Jesús se apareció ante ella. No llevaba túnica ni sandalias. Era un hombre con una calidez inexplicable en su sonrisa y una mirada tan amorosa que parecía sanar al instante. Se sentó junto a ella, y su presencia la envolvió con un aroma a lirios, como si su abuela estuviera cerca.

—Eres valiosa —le dijo con voz serena—, y tu historia importa.

Jesús comenzó a hablarle del amor incondicional de Dios y del sacrificio que Él hizo por amor a la humanidad. Cada palabra era como lluvia que nutría su jardín interior, aquel que creía marchito.

Asterin lloró. Pero no por dolor, sino por sanación. Por fin comprendía el amor verdadero. Cerró los ojos por un instante, y cuando los abrió, Él ya no estaba. Pero algo en su corazón había florecido.

Comenzó a hablarle del amor incondicional y del sacrificio que Él hizo por amor.

Regresó a casa con una nueva certeza: debía contar al mundo lo que había aprendido. Aunque dudaba de cómo sería recibida, compartió la historia con su tía, quien también llevaba heridas. Contra todo pronóstico, su tía comprendió… y entregó su vida al amor de Dios.

Desde entonces, Asterin empezó a notar personas solas en parques, cafés, o esquinas silenciosas. Personas con miradas como la suya, tiempo atrás. A cada una se acercaba con empatía, con un relato de esperanza, con la historia de Aquel que dio todo por amor.

Así, Asterin no solo sanó, sino que encendió luz en muchos corazones. Y cada sonrisa que veía al compartir su historia le daba nueva fuerza, nueva fe.
Su jardín interior floreció. Y con él, florecieron otros. Bajo un mismo cielo azul, las vidas de muchos comenzaron a brillar. Todo gracias a una joven con fuego en su corazón... decidida a encender luz, en donde antes había sombra.
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Tilda