El Armario de las Máscaras
Autora: Corazón de Fuego
Luces, telón, música y máscaras. Así era la vida de un pequeño llamado Ethan. Desde los cinco años, sus padres descubrieron que tenía un talento increíble para actuar. Por eso lo forzaban a memorizar libros e incluso animaciones, solo para que luego las representara.

Su infancia no fue como la de los demás niños. Fue de actuación en actuación, de escena en escena, bajo la mirada exigente de quienes esperaban perfección. Pero fue a los siete años cuando su historia empezó a cambiar. Un día, su madre se molestó tanto con él que le golpeó las manos. Ethan, asustado, huyó de la casa y fue a parar a un parque. Allí, sentado en un banco, sollozando, se le acercó una niña solitaria.

—¿Qué pasa? —le preguntó con dulzura—. ¿Por qué lloras?

—Mi mamá me golpeó muy fuerte… solo porque no me aprendí un libro —respondió entre lágrimas.

Poco después, la madre de Ethan llegó al lugar, lo apartó disimuladamente y le dijo con frialdad:

—Ahora irás con una sonrisa y le dirás a esa niña que todo fue una broma, uno de tus juegos.

Ethan, sin otra opción, obedeció. Pero en ese momento… algo cambió en él. Cuando regresó a su habitación, vio algo extraño. Un mueble que no estaba allí antes: un armario. Al abrirlo, encontró colgadas varias máscaras. Entonces entendió una lección silenciosa pero poderosa: “Si no quieres que vean tus debilidades… oculta quién eres.”

Fue de actuación en actuación y de escena en escena, bajo la mirada exigente de quienes esperaban perfección

Aquel aprendizaje lo acompañó hasta convertirse en un joven de 17 años, experto en usar máscaras tanto dentro como fuera del escenario. Detrás del telón perfecto que había creado, se escondían heridas profundas, inseguridades y un silencio doloroso que lo envolvía cada noche.

A los ojos del mundo era ideal: protagonizaba todas las obras del teatro local, sacaba sobresalientes en clase y era admirado por sus compañeros. Pero en lo más profundo, sentía cómo la oscuridad crecía… llenando su corazón de vacío.

En la escuela había una chica llamada Valeria —la misma niña que lo había consolado en el parque años atrás—, pero ahora él se burlaba de ella junto a otros chicos. Sin embargo, algo en Valeria había cambiado: ya no era la niña callada ni escondida. Irradiaba alegría. Luz. Contaba historias sobre amor y esperanza, y era como si cada palabra suya abriera ventanas en los pasillos. Un día, durante el almuerzo, Valeria se acercó a él y le dijo:

—Tuve un encuentro maravilloso. Descubrí algo increíble sobre Jesús.

Sus palabras encendieron una chispa de curiosidad en Ethan. Ella le contó sobre su cita mágica bajo un cielo estrellado y un mar de cristal. Y entonces le dijo una frase que derrumbó por completo la máscara:

—Dios, mi Padre y el tuyo, nos ama tal como somos… sin máscaras ni filtros. Por eso envió a Jesús, para morir por nosotros y redimirnos.

Aquellas palabras llegaron al corazón del joven como luz en un cuarto cerrado. Por primera vez, sintió sus heridas expuestas. Con los ojos brillando por la emoción, le respondió: —No puede ser posible que alguien me ame… soy un desastre. Imperfecto.

Valeria sonrió suavemente y dijo: —Dios no busca perfección, sino corazones dispuestos a seguirlo y ser sus hijos.

Contaba historias sobre amor y esperanza, cada palabra suya abría ventanas en los pasillos.

Esas palabras encendieron una llama. Ethan comprendió que podía ser amado de verdad… sin actuar. Le pidió perdón a Valeria y comenzaron una amistad verdadera. Esa noche, llegó a casa decidido. Frente al armario, respiró hondo. Abrió las puertas, miró cada máscara… y comenzó a arrancarlas una por una. Mientras lo hacía, gritaba:

—¡Él me ama tal como soy! ¡No soy un hipócrita! ¡Soy Su hijo!

Con cada máscara que rompía, sentía cómo se rompían también las cadenas que lo habían atado por años. Lloró libremente, mientras su alma comenzaba a sanar al fin. Comprendía ahora su identidad: Amado - Aceptado - Libre.

A partir de ese día, la vida de Ethan cambió para siempre. Aprendió a vivir sin filtros. A ser el mismo ante Dios y ante los demás. Siguió los pasos del Padre, el único capaz de levantarlo cuando tropezaba. Ya no necesitaba actuar para ser querido.

Se volvió un joven sincero, con un testimonio que encendía fuego en los corazones rotos. Y comenzó a sembrar esperanza con sus palabras, su presencia y su libertad conquistaban. Ethan aprendió que nadie necesita esconderse para ser amado. Y su vida entera comenzó a sonar como una canción: una melodía entonada por un hijo que, entre la sombra y el cielo,

...al fin se encontró a sí mismo.
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Tilda