Un amor probado por el fuego, puro y brillante, hecha con una cuerda triple, que con delicadeza se teje a mano cada día. Y al mismo tiempo indestructible, y protegido con fiereza. Tuvieron muchos hijos, un linaje de reyes y reinas tan poderoso que perduraría incluso después de que las estrellas cayeran del cielo.
—Pero ¿qué hay de Su Papá? ¿Estaba todo bien entre ellos? –Preguntó la niña muy preocupada. –¿Y su nombre? Ya lo sabe, ¿verdad? ¿Qué hay de su coronación entonces?
Un día, mientras dormía, los rayos del sol acariciaron sus ojos. Despertó en un lugar peculiar, con un perfume agradable en el aire. Vio un gran balcón tocado por las nubes y caminó al frente. Deslumbrada por la vista, se sorprendió al darse cuenta de que la luz que la había despertado eran los ojos de su papá. Corrió, y dándole un gran abrazo, le dijo:
—Abba, mi Rey, siempre estuviste conmigo, ¡incluso cuando no lo veía! Ahora estoy segura de haber encontrado mi nombre, gracias a ti. Creo que estoy lista para ser la reina que siempre quisiste que fuera.
El rey la miró con amor y, dibujando una sonrisa, le dijo:
—Oh, mi pequeña… ya lo eres.