Códigos Ocultos
Autora: Cuervo Blanco
Yoseph era un relojero en un mundo que había olvidado el valor del tiempo. Vivía en una metrópolis plagada de rascacielos imponentes, y de autos voladores que entumecían la atmósfera con su ruido. Su departamento, pulcro hasta la obsesión, era un santuario contra el caos. Cada objeto tenía su lugar, cada libro una inclinación perfecta. Su dieta era un régimen estricto. Tomaba el mismo batido de proteínas con moras y espinacas para el desayuno. Comía ensalada de lechuga china y huevo cocido para el almuerzo. Y se preparaba cada día una sopa de lentejas para la cena. La rutina se había convertido en su única defensa contra un mundo enloquecido.

Porque el mundo estaba en guerra, y las calles ardían por los rebeldes. Estos eran humanos que se habían levantado contra el "Sistema" (una inteligencia artificial creada por la élite para controlar el mundo). Las personas, que eran parte de lo que quedaba aún orgánico en la tierra, cazaban a los robots. Pero también a aquellos humanos con habilidades especiales. Los rebeldes creían que esos "diferentes" eran resultado de los experimentos del Sistema.

La gente temía al poder, y Yoseph, que se consideraba libre de cualquier bando, solo quería pasar desapercibido. Aunque prefería estar solo, hallaba un alivio peculiar en la compañía de sus amigos. Estos eran tres: Starlight, una chica que siempre usaba guantes; Leo, con sus gafas de sol inseparables, y Silver, una amiga que vestía abrigos o atuendos grandes sin importar la moda o la temporada.

La rutina se había convertido en su única defensa
contra un mundo enloquecido.

Una noche Yoseph ajustaba su reloj favorito sobre la mesa, eran las 3:45 de la madrugada. De pronto, un auto volador se salió de control y se estrelló cerca de su edificio. Yoseph, por un impulso que no se permitió analizar, corrió a ayudar a los heridos. Justo cuando jalaba a una mujer del auto, una pieza de metal retorcido cayó y lo golpeó fuertemente en la cabeza. La herida le abrió el cráneo y un destello se reveló bajo su piel, ante la luz de la calle.

El pánico lo paralizó, la adrenalina del momento no le permitió sentir dolor alguno. Temblando vio su reflejo en los cristales quebrados del auto. Un metal, frío y ajeno, parecía emerger de lo que antes era solo piel humana. Había vivido odiando el Sistema y odiando a las máquinas. Pero ahora le aterró el pensar, que él mismo era parte de lo que detestaba.

—Soy uno de ellos— susurró, y cubriéndose la cabeza con las manos rogaba en su mente no ser descubierto.

En ese momento, sintió un sudor frío recorrer su espalda y la vista se le nubló. El último recuerdo que tuvo fue una suave brisa que le rozaba la cara, y luego, la oscuridad.

Se despertó en su propio departamento. Estaba acostado en el sofá con la herida vendada, y su corazón se encogió. Miró el reloj que dejó sobre la mesa, eran tan solo las 4:00 de la madrugada. ¿Cómo había llegado a casa tan rápido? ¿Quién lo había traído? Un terror profundo lo invadió. ¿Habría sido el Sistema? "¡Seguro es una trampa!" Pensó. Y justo cuando se disponía a correr, la puerta se abrió y sus tres amigos entraron.

Sus rostros no mostraban miedo, solo preocupación. Mientras, Yoseph tenía un nudo en la garganta y dudaba: "¿Me habrán descubierto? ¿Me matarán?" Se preguntaba abrumado por sus propios pensamientos.

Había vivido odiando el Sistema... Pero ahora le aterró el pensar, que él mismo era parte de lo que detestaba.

La suavidad con la que habló Silver mientras dejaba un vaso de agua en la mesa, mantuvo a Yoseph envuelto en una extraña calma.
—Te desmayaste y te traje a casa— dijo Silver.
Yoseph la miró confuso. —Yo te llevé— susurró ella.
—Pero... ¿cómo? Si el edificio estaba a tres cuadras. ¡Nadie corre tan rápido conmigo encima!... Exclamó Yoseph con el seño fruncido, y aún desconfiando.

Mientras, al otro lado de la habitación, Starlight se quitaba lentamente uno de sus guantes. Su mano brillaba con una luz pulsante.
—Lo sabemos, Yoseph. Lo supimos siempre— Yoseph la miró atónito. La mano de Starlight brillaba intensamente, proyectando hermosos destellos en la habitación.
—Mis manos curan. Por eso siempre las cubro. Mi don es sanar—.

Justo cuando ella terminaba de hablar Leo se quitó las gafas. Sus ojos brillaban con una luz fosforescente, como las estrellas: —Mis ojos ven más allá de las mentiras, Yoseph. Pueden ver lo que realmente hay debajo de las apariencias. Más allá de lo que ve el Sistema o los rebeldes. Por eso te conocimos. Por eso te amamos—.

Como quien desea completar la frase, Silver con una sonrisa, se desabrochó el abrigo. Dos alas de un blanco iridiscente se desplegaron con suavidad, rozando el techo. —Sí, así fue como te traje tan rápido. Y de los que he salvado, eres el único que sabe que lo hice yo. Juntos usamos nuestros dones para ayudar a otros. Siempre los hemos usado, pero en las sombras. En contra de este mundo que teme lo diferente—.

—Y no, no somos parte del experimento del sistema, tampoco tú— añadió Starlight, mientras ponía su brillante mano sobre el hombro de su amigo. Las lágrimas rodaron por las mejillas de Yoseph. No eran de tristeza, sino de un alivio abrumador.

—Pensé... pensé que no tenía un don— susurró Yoseph.

Leo sonrió, y le dijo: —Tu cerebro cibernético, tu capacidad para ver las cosas de una forma diferente, el entregarte por amor a los demás, aún cuando dudas de ti mismo, son dones. No para escapar del mundo, sino para entenderlo de una forma que nadie más puede. Tú puedes analizar conexiones sobrenaturales, solo...solo necesitas verlo más allá de estas paredes y de tus relojes. Debes usar lo que eres donde te necesiten—.

Usamos nuestros dones para ayudar a otros.
Siempre los hemos usado, pero en las sombras.

Yoseph, lo aceptó. Y juntos, los cuatro buscaron a otros como ellos, a aquellos con dones que se escondían del miedo y el odio. Les mostraron que ser diferentes no era una maldición, sino una herramienta para la justicia y la esperanza en un mundo caído. Enseñaron a otros a salir de la comodidad de la indiferencia, a llevar a los confines de la Tierra la verdad y el amor.

Usaban sus habilidades para ayudar a los necesitados, logrando convencer, incluso, a algunos rebeldes. Yoseph atesoró que la libertad no se encontraba en el aislamiento, y halló la conexión con una familia que va más allá de la sangre.
—Pero, ¿y de dónde llegaron nuestros poderes?" Tengo mis teorías, pero...debe haber algo más allá. Algo que me revele algo más, algo que saque de mi, las cosas que ni yo mismo sé explicar— confesaba Yoseph.

—Sí, Yoseph, eres más que dones, códigos o una mente impresionante— le respondió Starlight. —Y creo que es momento de que vayas a la Fuente, y resuelvas tus dudas por ti mismo.—

—¿Eh? ¿La Fuente?— dijo Yoseph, levantando una ceja. —Yo la conozco, pero hay algún método que me falta. Tengo miedo de no entender todo bien, otra vez.—

—No te preocupes—, se acercó Leo, y no dudó en abrazar a Yoseph fuertemente. —Esta vez, no estás solo—.

Una luz abrumadora resaltó en el Cielo y suaves gotas de lluvia cayeron sobre la cara de Yoseph. Entonces se escuchó un rugido, uno que alejó todo rastro de tiniebla. Yoseph alzó los ojos y vio un Trono encendido entre las nubes.


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Tilda