Cita en el Mar de Estrellas
Autora: Corazón de Fuego
Ya estaba anocheciendo cuando Valeria regresaba a casa después de un día difícil en la escuela. Mientras caminaba, los recuerdos de su pasado volvieron a ocupar su mente, reviviendo todo lo que había experimentado.

Desde muy pequeña había aprendido a guardar silencio, a ocultar sus pensamientos, opiniones e incluso, a veces, sus emociones. Había construido una barrera invisible para los demás, pero impenetrable para ella, con el fin de protegerse del bullying que, por alguna razón, resonaba en los pasillos y salones como un eco cruel. Esa barrera le ahorró dolor, sí, pero también le robó gozo, espontaneidad y conexión con los demás.

Sin embargo, aquella tarde, algo inesperado sucedió. Al girar la esquina, la calle gris y sin vida que conocía se transformó en un mar inmenso, tan extenso que parecía no tener final. Sobre el agua descansaban estrellas, reflejando un cielo que parecía salido de un cuadro de fantasía.

Valeria se dio cuenta de que podía caminar sobre el agua y tocar aquellas luces posadas en su superficie. El agua, cálida y acogedora, acariciaba sus pies descalzos. Ya no llevaba su uniforme escolar lleno de recuerdos dolorosos; ahora vestía un delicado vestido blanco con bordes dorados.

Había construido una barrera invisible para los demás, pero impenetrable para ella.

En medio de aquella atmósfera serena y acogedora, apareció un hombre. Al verlo, Valeria volvió a esconderse tras su manto de silencio, ese que había tejido con heridas aún abiertas. Pero la voz del desconocido se oyó con suavidad:

—Hola —dijo él—. No tienes por qué esconderte, Valeria. No voy a hacerte daño. Soy un amigo… y quiero ayudarte.

Valeria lo miró. Su presencia era luminosa y tranquila, como si trajera consigo la luz de las mismas estrellas. Él la miraba con una sonrisa amable y una ternura indescriptible en los ojos. Le sorprendió que alguien pudiera ver más allá de su máscara.

—¿Quién eres? —preguntó con cautela.

—Soy alguien que quiere invitarte a cenar —respondió él—. Ven conmigo.

Valeria lo siguió, con el corazón latiendo entre curiosidad y esperanza. A medida que avanzaban sobre las aguas serenas, apareció una mesa elegantemente puesta en medio del mar. Sobre ella, un búcaro con flores nomeolvides y bordes dorados y azules, entre dos platos ya servidos.

Al sentarse frente al desconocido, se sintió tensa, pero cuando él empezó a hablar, las voces que la ataban al dolor se silenciaron. Solo se oía el suave murmullo del agua y el cielo repleto de estrellas. Él hablaba de amor y esperanza, y su voz resonaba como música celestial, rompiendo suavemente cada cadena de su alma.

Con cada palabra, algo se rompía en ella, pero no dolía: sanaba. Y con ello, regresaban memorias olvidadas… cosas hermosas que habían sido sepultadas por el dolor de su infancia.

—Valeria —dijo él con compasión en la mirada—. Dios, tu Padre, siempre ha estado contigo. Te ama profundamente. Todo esto forma parte de tu historia para volverte más fuerte.

Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Esa verdad había roto la cadena más profunda de su corazón. Comprendió que lo vivido no era señal de abandono ni rechazo, sino parte de su crecimiento. Y entonces, con un brillo nuevo en los ojos, dijo:

—Estoy dispuesta a dar mi vida por Dios…

Con cada palabra, algo se rompía en ella, pero no dolía: sanaba.

En ese instante, el panorama cambió abruptamente: el cielo se cubrió de nubarrones y la calle gris reapareció, igual que siempre… pero ella no era la misma. En lo profundo de su alma, algo se había encendido para siempre.

Al llegar a casa, Valeria estaba emocionada. Quería contarle todo a su madre. Al verla, se acercó con una sonrisa brillante y dijo:

—Mamá… tengo una historia hermosa que quiero compartir contigo. ¿Podemos sentarnos a hablar?

Su madre, sorprendida, aceptó con gusto. Hacía mucho que no veía a su hija tan abierta y luminosa. Valeria le habló del amor de Dios y del sacrificio de Jesús. Y en ese momento, no solo su vida cambió, sino que esa luz también alcanzó el corazón herido de su madre.

Desde entonces, Valeria comenzó a contarle esta historia a sus compañeros. Aunque el miedo susurraba a veces, ella tenía el coraje de hablar. Ya no le dolía el rechazo, porque sabía que Dios estaba con ella y la protegía. Ahora veía a Dios no como un ser lejano en las historias de su abuela, sino como su Padre.

Algunos compañeros creyeron, otros no. Pero incluso algunos de quienes la habían herido se volvieron sus amigos. Juntos hablaban de Jesús, compartían historias de esperanza y reían como nunca antes. Así comenzó un nuevo amanecer en la vida de Valeria. Y cada vez que se sentía abrumada, cerraba los ojos y recordaba aquella cita en el mar de estrellas, la mesa en medio del agua, la brisa y el vestido blanco. Pero sobre todo... el nombre que jamás olvidaría...
Jesús.
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Tilda