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Aquí encontrarás palabras que nacen desde el corazón, sueños heridos que florecen y cicatrices de las que brota poesía. Si alguna vez te sentiste roto, este espacio es para ti. Aquí no hay máscaras ni juicios, solo palabras sinceras que buscan recordarte que no estás solo. Hay alguien que te ve, y te llama por tu nombre.
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Encuentra consuelo e inspiración en historias de personas reales. Sus vidas están llenas de resiliencia y esperanza. ¿Te animas tú también a inspirar a otros?
"Escribo con un fuego que ilumina.”
—Corazón de Fuego, 15 años
Soy muy joven, pero he caminado por desiertos donde la fe fue mi única brújula… y aprendí a sonreír siempre. Desde muy pequeña, solía dibujar mundos que nacían en mi interior. Eran paisajes, personajes, colores que solo yo conocía… hasta que entendí que las palabras también pueden pintar. Entonces empecé a escribir y así, mis historias comenzaron a volar.
Mi vida ha estado marcada por muchas batallas. En la escuela sufrí bullying por hablar de Dios y fui rechazada y hasta golpeada. Mi familia y yo tuvimos que huir de nuestro país por causa de nuestra fe. Pero nunca dejé de hablar. Nunca dejé de creer. En mi antigua escuela no hubo nadie que no escuchara hablar de Dios por mi boca y, aunque a veces temblaba por dentro, seguía contando de Su amor. No por obligación, sino porque algo ardía dentro de mí.
Hoy escribo para esta generación a la que pertenezco. Escribo para los que sienten que no encajan, para los que fueron heridos, para los que buscan sentido. Creo con todo mi corazón que los jóvenes tendrán alas como águilas, y por eso alzo la voz: para que otros también aprendan a volar. Yo no escribo solo cuentos. Escribo con el fuego que el Espíritu puso en mí. Un fuego que no quema… sino que ilumina.
“La oración rompió las cadenas.”
—Caleb, 26 años
Hace un año fui detenido por la policía. Una persona de mi propia familia dio la orden para hacerme daño. Estuve 24 horas en prisión, injustamente. Había muchos detenidos, pero nos mantenían en celdas separadas. En algún momento, comenzaron los gritos: las chinches invadían los calabozos. Por esa razón, nos reunieron a todos en una sola celda: treinta hombres, encerrados juntos.
Y ahí, en medio de ese caos, sentí que era mi oportunidad. Una voz interna me empujó con compasión a orar por aquellos hombres. Muchos de ellos, como yo, estaban presos sin haber hecho nada. Unos minutos después de orar… empezaron a liberar a muchos. Uno tras otro. Vi con mis propios ojos cómo Dios se movía de forma sobrenatural.
Aquel momento marcó mi vida para siempre. Me mostró que la oración no necesita un templo, ni libertad, ni siquiera condiciones ideales. Solo necesita un corazón dispuesto. Porque Dios nos escucha… donde sea que estemos.
“No estoy loca.... fui redimida.”
—Cuervo Blanco, 30 años
Sola e incomprendida, esa era yo. Amiga de todos… pero nadie era verdaderamente mi amigo. No podía descansar mis lágrimas, ni mis pensamientos, ni mis ansiedades… en nadie. Porque de una u otra forma, para ninguno era importante. Solo sabían asentir con la cabeza, pero nadie traía una respuesta con luz. Entonces comencé a pensar que yo era el problema. Hasta que la culpa me consumió… y mi corazón se cerró.
Desde pequeña, mi abuela me hablaba de Dios. Pero siempre me pareció una figura lejana, casi mítica. Y un día le pregunté, de verdad: ¿Y tú… dónde estás? Estaba en mi último año de la escuela cuando todo se vino abajo. Me quede, literalmente, en la calle. Mi madre se fue a otro país y mi padre… solo acumulaba cosas, como si no hubiera espacio en su mente para comprender mi dolor. Una vez más… quedé sola.
Fue entonces cuando Él decidió presentarse. Dándome justo lo que no esperaba, lo que jamás pedí… pero que era exactamente lo que necesitaba: una nueva familia. No me pidieron nada solo me acogieron. Y yo me lancé como quien apuesta toda su vida a un único rayo de luz. Y esta es mi parte favorita: Poder decir que tengo un Padre Celestial que me ama y me lo demuestra en cada pequeño detalle que se le ocurre regalarme. Un Papá que me escucha, que me entiende. Fui redimida y salvada de un abismo y por eso vivo agradecida.
“Él me prometió todo… y me dio más.”
—Daria, 25 años
¿Cómo se puede describir lo que Dios hace en nuestras vidas? Su obra es tan grande… y al mismo tiempo, tan llena de detalles. Hubo una etapa en la que me despertaba cada día sin ganas de vivir, todo me pesaba. Los días se estiraban como túneles sin salida. Mi alma se hundía en un abismo que me devoraba lentamente. Y en medio de ese abismo… Dios me encontró.
Él me recordó que era importante. Que no se había olvidado de mí y me había visto incluso cuando nadie más lo hizo. Ni siquiera yo misma. Desde entonces, cada día Él me da esperanza, me levanta y me limpia. Se presenta a Sí mismo y me enseña y guía. Él me habla como solo un Padre lo haría.
Un día me dijo: “Te daré todo… y más.” Y he comenzado a ver, paso a paso, cómo esa promesa se cumple. Me dio una familia, me dio sentido y me dio vida.
“Dios, yo sé que Tú... eres poderoso.”
—Dani, 13 años
Cuando yo era más pequeño, tenía una enfermedad en los ojos que no me dejaba ver bien. Por eso los médicos me recetaron lentes permanentes. A veces trataba de quitármelos, pero me daba un dolor de cabeza muy fuerte.
Un día, cuando tenía ocho años, me paré frente al espejo. Ya estaba cansado de usar los lentes… Así que le hablé a Dios. Le dije:
—Dios, yo sé que tú eres tan poderoso que puedes sanarme. Te pido que me quites esta enfermedad. Yo confío en ti.
Cuando terminé de hablar, me quité los lentes… y esta vez no me dolió la cabeza. ¡Nada! Fui corriendo a contárselo a mi mamá. Ella me dijo:
—Si no te duele en todo el día… entonces puedes dejar de usarlos para siempre.
Y así fue. Desde ese día, no volví a necesitar lentes. Mi vista está bien, completamente. Y todo eso… gracias a mi Padre Eterno.
“Él restauró lo que yo había perdido.”
—Arletis, 31 años
Hace un tiempo, vi mi matrimonio colapsar frente a mis ojos. No importaba cuánto intentaba salvarlo, nada funcionaba. Mi esposo no hacía nada por cambiar las cosas y yo… me quedé con el corazón destrozado. Luché con todas mis fuerzas, pero a mi manera, no funcionó. Finalmente, rendida… llegó el divorcio.
Volví a la casa de mis padres con mi hija pequeña, sin entender qué propósito me quedaba. Fueron días oscuros, días sin respuestas. Pero justo en ese desierto… Dios apareció. No solo sanó mi corazón. También hizo un milagro en mi esposo y nos unió otra vez. Juntos, comenzamos desde cero.
Incluso perdimos el hogar y el trabajo. Pero Dios cumplió Su promesa: “Yo hago nuevas todas las cosas.” Hoy vivimos en un nuevo apartamento, tenemos nuevos empleos, y una nueva historia escrita por Su gracia. Porque para Él… nada es imposible.
¿Hasta cuándo vas a correr de Mí?”
—Yoshua, 37 años
Yo era un muchacho que caminaba por la vida con un vacío profundo en el alma. Anhelaba encontrar algo que realmente lo llenara… y me diera paz. Aunque sabía de la existencia de Dios, y que solo Él podía llenar ese vacío, decidí seguir buscando por mi cuenta, como si hubiera otra manera. Por eso caí en las drogas, en las fiestas interminables, en las noches sin descanso.
Me volví adicto a la música rock y al ruido, porque el silencio me pesaba más que el cansancio. Dormir me incomodaba… y vivir sin sentido se volvió mi rutina. Un día conocí a una joven con la que inicié una relación seria, diferente. Cada vez que dormía en su casa, ella me leía la Biblia para ayudarme a relajarme. Al principio lo hacía como algo curioso, sin darle importancia. Pero Dios ya estaba allí, sembrando algo en lo profundo.
Una tarde, mientras la esperaba en la sala, tomé un libro para niños cristianos. Estaba aburrido y no sabía qué más hacer. Pero ese libro… fue la puerta que Dios usó para hablarme directamente. Él me dijo, con una ternura firme: —¿Hasta cuándo vas a correr de mí? Fue ahí donde todo empezó a cambiar. Esa pregunta marcó el principio de una transformación que no solo tocó mi vida… me hizo verdaderamente vivir.
“Ese día murió la muerta... y nací yo.”
—Esther, 38 años
Me he enfrentado a la muerte tantas veces… que hasta mi nombre legal lleva su sombra. Fui abusada cuando era niña. Conocí el rechazo desde muy pequeña. Pero la muerte más grande no fue la que me vino de afuera, sino la que creció dentro de mí. Llegó un punto en que nada me importaba. Ni lo que los demás sentían. Ni siquiera mi propia vida. Todo se volvió oscuro. Empecé a planificar cómo quitarme la vida.
En esos días, pensaba mucho en mi padre: el hombre que me abandonó sin luchar por mí. También recordaba a mi madre, que me decía que me amaba, pero en la intimidad… me laceraba con las palabras más crueles. Destruyó lo poco que quedaba de mi confianza. No tenía amigos. Ella me había aislado como si fuera una pequeña esclava, un objeto al que nadie debía acercarse. No tenía nada. Ni a nadie. Y me repetía una sola pregunta: ¿Para qué estoy viva?
El día que todo iba a terminar… fue el día en que mi vida comenzó. Dios apareció en escena. Su amor. Su cuidado. Su luz. Fueron tan reales, tan evidentes, que no tuve más opción que rendirme. Ese día murió la muerta… y nació Esther.
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"Escribo con un fuego que ilumina.”
—Corazón de Fuego, 15 años
Soy muy joven, pero he caminado por desiertos donde la fe fue mi única brújula… y aprendí a sonreír siempre. Desde muy pequeña, solía dibujar mundos que nacían en mi interior. Eran paisajes, personajes, colores que solo yo conocía… hasta que entendí que las palabras también pueden pintar. Entonces empecé a escribir y así, mis historias comenzaron a volar.
Mi vida ha estado marcada por muchas batallas. En la escuela sufrí bullying por hablar de Dios y fui rechazada y hasta golpeada. Mi familia y yo tuvimos que huir de nuestro país por causa de nuestra fe. Pero nunca dejé de hablar. Nunca dejé de creer. En mi antigua escuela no hubo nadie que no escuchara hablar de Dios por mi boca y, aunque a veces temblaba por dentro, seguía contando de Su amor. No por obligación, sino porque algo ardía dentro de mí.
Hoy escribo para esta generación a la que pertenezco. Escribo para los que sienten que no encajan, para los que fueron heridos, para los que buscan sentido. Creo con todo mi corazón que los jóvenes tendrán alas como águilas, y por eso alzo la voz: para que otros también aprendan a volar. Yo no escribo solo cuentos. Escribo con el fuego que el Espíritu puso en mí. Un fuego que no quema… sino que ilumina.
“La oración rompió las cadenas.”
—Caleb, 26 años
Hace un año fui detenido por la policía. Una persona de mi propia familia dio la orden para hacerme daño. Estuve 24 horas en prisión, injustamente. Había muchos detenidos, pero nos mantenían en celdas separadas. En algún momento, comenzaron los gritos: las chinches invadían los calabozos. Por esa razón, nos reunieron a todos en una sola celda: treinta hombres, encerrados juntos.
Y ahí, en medio de ese caos, sentí que era mi oportunidad. Una voz interna me empujó con compasión a orar por aquellos hombres. Muchos de ellos, como yo, estaban presos sin haber hecho nada. Unos minutos después de orar… empezaron a liberar a muchos. Uno tras otro. Vi con mis propios ojos cómo Dios se movía de forma sobrenatural.
Aquel momento marcó mi vida para siempre. Me mostró que la oración no necesita un templo, ni libertad, ni siquiera condiciones ideales. Solo necesita un corazón dispuesto. Porque Dios nos escucha… donde sea que estemos.
“No estoy loca.... fui redimida.”
—Cuervo Blanco, 30 años
Sola e incomprendida, esa era yo. Amiga de todos… pero nadie era verdaderamente mi amigo. No podía descansar mis lágrimas, ni mis pensamientos, ni mis ansiedades… en nadie. Porque de una u otra forma, para ninguno era importante. Solo sabían asentir con la cabeza, pero nadie traía una respuesta con luz. Entonces comencé a pensar que yo era el problema. Hasta que la culpa me consumió… y mi corazón se cerró.
Desde pequeña, mi abuela me hablaba de Dios. Pero siempre me pareció una figura lejana, casi mítica. Y un día le pregunté, de verdad: ¿Y tú… dónde estás? Estaba en mi último año de la escuela cuando todo se vino abajo. Me quede, literalmente, en la calle. Mi madre se fue a otro país y mi padre… solo acumulaba cosas, como si no hubiera espacio en su mente para comprender mi dolor. Una vez más… quedé sola.
Fue entonces cuando Él decidió presentarse. Dándome justo lo que no esperaba, lo que jamás pedí… pero que era exactamente lo que necesitaba: una nueva familia. No me pidieron nada solo me acogieron. Y yo me lancé como quien apuesta toda su vida a un único rayo de luz. Y esta es mi parte favorita: Poder decir que tengo un Padre Celestial que me ama y me lo demuestra en cada pequeño detalle que se le ocurre regalarme. Un Papá que me escucha, que me entiende. Fui redimida y salvada de un abismo y por eso vivo agradecida.
“Él me prometió todo… y me dio más.”
—Daria, 25 años
¿Cómo se puede describir lo que Dios hace en nuestras vidas? Su obra es tan grande… y al mismo tiempo, tan llena de detalles. Hubo una etapa en la que me despertaba cada día sin ganas de vivir, todo me pesaba. Los días se estiraban como túneles sin salida. Mi alma se hundía en un abismo que me devoraba lentamente. Y en medio de ese abismo… Dios me encontró.
Él me recordó que era importante. Que no se había olvidado de mí y me había visto incluso cuando nadie más lo hizo. Ni siquiera yo misma. Desde entonces, cada día Él me da esperanza, me levanta y me limpia. Se presenta a Sí mismo y me enseña y guía. Él me habla como solo un Padre lo haría.
Un día me dijo: “Te daré todo… y más.” Y he comenzado a ver, paso a paso, cómo esa promesa se cumple. Me dio una familia, me dio sentido y me dio vida.
“Dios, yo sé que Tú... eres poderoso.”
—Dani, 13 años
Cuando yo era más pequeño, tenía una enfermedad en los ojos que no me dejaba ver bien. Por eso los médicos me recetaron lentes permanentes. A veces trataba de quitármelos, pero me daba un dolor de cabeza muy fuerte.
Un día, cuando tenía ocho años, me paré frente al espejo. Ya estaba cansado de usar los lentes… Así que le hablé a Dios. Le dije:
—Dios, yo sé que tú eres tan poderoso que puedes sanarme. Te pido que me quites esta enfermedad. Yo confío en ti.
Cuando terminé de hablar, me quité los lentes… y esta vez no me dolió la cabeza. ¡Nada! Fui corriendo a contárselo a mi mamá. Ella me dijo:
—Si no te duele en todo el día… entonces puedes dejar de usarlos para siempre.
Y así fue. Desde ese día, no volví a necesitar lentes. Mi vista está bien, completamente. Y todo eso… gracias a mi Padre Eterno.
“Él restauró lo que yo había perdido.”
—Arletis, 31 años
Hace un tiempo, vi mi matrimonio colapsar frente a mis ojos. No importaba cuánto intentaba salvarlo, nada funcionaba. Mi esposo no hacía nada por cambiar las cosas y yo… me quedé con el corazón destrozado. Luché con todas mis fuerzas, pero a mi manera, no funcionó. Finalmente, rendida… llegó el divorcio.
Volví a la casa de mis padres con mi hija pequeña, sin entender qué propósito me quedaba. Fueron días oscuros, días sin respuestas. Pero justo en ese desierto… Dios apareció. No solo sanó mi corazón. También hizo un milagro en mi esposo y nos unió otra vez. Juntos, comenzamos desde cero.
Incluso perdimos el hogar y el trabajo. Pero Dios cumplió Su promesa: “Yo hago nuevas todas las cosas.” Hoy vivimos en un nuevo apartamento, tenemos nuevos empleos, y una nueva historia escrita por Su gracia. Porque para Él… nada es imposible.
¿Hasta cuándo vas a correr de Mí?”
—Yoshua, 37 años
Yo era un muchacho que caminaba por la vida con un vacío profundo en el alma. Anhelaba encontrar algo que realmente lo llenara… y me diera paz. Aunque sabía de la existencia de Dios, y que solo Él podía llenar ese vacío, decidí seguir buscando por mi cuenta, como si hubiera otra manera. Por eso caí en las drogas, en las fiestas interminables, en las noches sin descanso.
Me volví adicto a la música rock y al ruido, porque el silencio me pesaba más que el cansancio. Dormir me incomodaba… y vivir sin sentido se volvió mi rutina. Un día conocí a una joven con la que inicié una relación seria, diferente. Cada vez que dormía en su casa, ella me leía la Biblia para ayudarme a relajarme. Al principio lo hacía como algo curioso, sin darle importancia. Pero Dios ya estaba allí, sembrando algo en lo profundo.
Una tarde, mientras la esperaba en la sala, tomé un libro para niños cristianos. Estaba aburrido y no sabía qué más hacer. Pero ese libro… fue la puerta que Dios usó para hablarme directamente. Él me dijo, con una ternura firme: —¿Hasta cuándo vas a correr de mí? Fue ahí donde todo empezó a cambiar. Esa pregunta marcó el principio de una transformación que no solo tocó mi vida… me hizo verdaderamente vivir.
“Ese día murió la muerta... y nací yo.”
—Esther, 38 años
Me he enfrentado a la muerte tantas veces… que hasta mi nombre legal lleva su sombra. Fui abusada cuando era niña. Conocí el rechazo desde muy pequeña. Pero la muerte más grande no fue la que me vino de afuera, sino la que creció dentro de mí. Llegó un punto en que nada me importaba. Ni lo que los demás sentían. Ni siquiera mi propia vida. Todo se volvió oscuro. Empecé a planificar cómo quitarme la vida.
En esos días, pensaba mucho en mi padre: el hombre que me abandonó sin luchar por mí. También recordaba a mi madre, que me decía que me amaba, pero en la intimidad… me laceraba con las palabras más crueles. Destruyó lo poco que quedaba de mi confianza. No tenía amigos. Ella me había aislado como si fuera una pequeña esclava, un objeto al que nadie debía acercarse. No tenía nada. Ni a nadie. Y me repetía una sola pregunta: ¿Para qué estoy viva?
El día que todo iba a terminar… fue el día en que mi vida comenzó. Dios apareció en escena. Su amor. Su cuidado. Su luz. Fueron tan reales, tan evidentes, que no tuve más opción que rendirme. Ese día murió la muerta… y nació Esther.
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Esas no son solo historias estándar, sino letras vivas que te tocan justo en el alma, donde nadie más te alcanza. Lloré, gracias.
Michel, 24 años
Gracias por compartir. Nunca pensé que me identificaría tanto con algunas de sus historias. Tienen una forma muy hermosa y sabia de escribir.
Lucy, 18 años
Todo se ve hecho con mucho amor. Es increíble que uno pueda leer algo tan verdadero. Se sentía como un sueño, sinceramente.
Gabriela, 12 años
Este blog es solo historias reales, sinceras y sorprendentes. Es genial sentir que no estoy sola. Gracias!
Samuel, 21 años
Últimamente lo estoy pasando mal. Pero creo que me dieron esperanza y una razón para sentirme parte de algo… creo que lo que hacen también puede sanar.